jueves, 26 de enero de 2017

Si miro atrás, estoy perdida

Lo único cierto, cuando nacemos, es que vamos a morir. Es la única certidumbre que tenemos en esta vida. Y, sin embargo, es la que más nos cuesta aceptar. Todos vamos a morir, pero caminamos por la vida ignorando a las Parcas. Hacemos oídos sordos a sus disquisiciones para determinar la longitud de nuestro hilo y ojos ciegos a las fatídicas tijeras que podrán fin a nuestro discurrir por este mundo.

Lo único cierto es que vamos a morir. Pero nadie puede vivir cada día pensando en la muerte a todas horas. Por eso nos vestimos con una capa de inmortalidad en nuestra niñez, y solo nos vamos acordando de que la llevamos puesta cuando se acerca la senectud, por mero desgaste. El tejido de esa capa se va agujereando y a través de esos enganchones se cuela el frío de la enfermedad o del dolor de articulaciones. Y así, nos vamos dando cuenta de la certidumbre de la muerte. Y aún así la intentamos alejar, negociamos con ella, nos hacemos propósitos de llevar una vida mejor y más sana, hacer más ejercicio,... Cualquier cosa con tal de no abandonar este mundo de manera inevitablemente prematura.

A algunos nos quitan esa capa de inmortalidad a las bravas. De golpe y porrazo. Nos ponen delante de un diagnóstico que nos enfrenta a nuestra mortalidad. A nuestra falibilidad. A algunos nos arrojan palabras como cáncer o metástasis, que son como ácido sulfúrico para esa capa de inmortalidad. Son su némesis. Esas palabras y muchas otras, pero cáncer, metástasis y HER2 triple positivo son las mías.

A algunos nos ponen frente a resultados de tacs y resonancias e intentar enseñarnos en esas imágenes en blanco y negro el amotinamiento de nuestro propio cuerpo, su traición. Nos enseñan como llevamos en nuestro interior la esencia de nuestra propia muerte.

Nos revelan el humor oscuro que se agazapa en nuestros órganos y nos dicen que podemos luchar con él, un poquito, y que le podemos levantar una barrera para dejarlo ahí, acojonado, agazapado, el máximo tiempo posible. Pero para nosotros no hay San Jorge que mate al dragón. No hay esperanza. Así que nos concentramos en los ladrillos de ese muro, en domar a la bestia, en mantenerla desterrada en su guarida el mayor tiempo posible. E incluso se la ponemos bonita.
- Quédate aquí, bestia bonita, quédate aquí y no salgas que lo que hay afuera es peor- le susurramos dulcemente cada día.

Es mi particular apuesta por la “pseudoinmortalidad”. No tengo ya esa capa. Para mí se acabó el sueño de la inmortalidad, pero voy a luchar con uñas y dientes para mantener a la bestia inmunda en su confortable y pequeño rinconcito el mayor tiempo posible.

Y que luche por mi supervivencia no significa que me olvide de mi falibilidad. Para mi las Parcas forman parte de mi día a día. Las saludo al levantarme y negocio con ellas:
- Todavía no, guapas. Hoy estoy aquí, estoy bien, seguid hilando con vuestra rueca el destino de otros mortales, que yo hoy no me pienso morir- les digo.

Aún así, ellas esconden sus madejas sujetándolas con las manos detrás de la espalda y aunque algún hilo parece hacerme un guiño, no distingo cuál de ellas tres sujeta las tijeras que lo cortarán.

Para mí asumir la muerte ha sido un trago muy amargo. No os lo podéis imaginar. Creo que nadie que no se haya enfrentado personalmente a este diagnóstico puede llegar a imaginarlo, al igual que nadie te puede contar lo que se siente al ser madre. Es algo que hay que vivir. En este caso, es un sinfín de desesperación, el sinsentido, el poner fin a todos los planes a medio y largo plazo, el tratar de despertar de una pesadilla que no es tal, el pensar que tu hijo de dos años puede que no te recuerde el día de mañana si no es por las fotos… No sé puede explicar.

Ha sido todo un proceso. Una travesía por el desierto. Y no voy a decir que haya hecho las paces con la muerte. No. Me resisto a morir. Intento seguir apostando, trampeando, demorando... Pero tengo claro que voy a morir.

Y tenerlo claro me aporta, irónicamente, eso mismo: claridad. Determinación para afrontar el día a día. Claridad para tener claro cómo quiero vivir y qué quiero hacer con cada instante de mi vida. Me aporta sentido a las pequeñas y las grandes decisiones de mi vida.

He hecho las paces con mi mortalidad, pero eso no significa que esté orgullosa de ello o que no siga buscando recovecos por los que alguien me pueda pasar una de esas flamantes capas. He hecho las paces con mi mortalidad, pero eso no significa que no me haya costado mucho trabajo y océanos de lágrimas. He hecho las paces con mi mortalidad, pero eso no significa que cada día no quiera pelearme con ella. De ahí la frase de Daenerys Targaryen (de Canción de Hielo y Fuego de George R. R. Martin) con la que titulo el post de hoy: Si miro atrás, estoy perdida.

He llegado a esta paz de espíritu. He declarado tablas conmigo misma. Miro a la muerte a la cara. Pero no me ayuda ni me beneficia que la gente intente colarme falsas esperanzas o capas de inmortalidad defectuosas. Si miro atrás, estoy perdida. Si miro atrás, tendré que empezar de nuevo y tal vez no reúna las fuerzas suficientes como para llegar donde estoy ahora. No puedo permitirme mirar atrás.

Yo he elegido mi camino. Este es mi camino. Asumir mi cáncer, asumir mi enfermedad, asumir que mi máxima expectativa es cronificarla y mantener domada a la bestia el máximo tiempo posible. Asumir que no hay curas milagrosas. Esto es lo que hay. Estas son las cartas que te ha repartido el destino y con las que tienes que jugar… Y, por desgracia, de nada sirven los faroles cuando apuestas contra la sombra de la guadaña.

Así que a ti, que llegas aquí y te llama la atención que tenga tan asumida mi muerte,  que piensas que todo tiene cura o que sospechas que todo es postureo para llamar la atención,  solo te pido que si quieres decirme algo, lamentes mi enfermedad. Me digas que esto es una putada. Que nadie se merece esto. Que me acompañes, pero que no me instes a creer en milagros. No me vendas falsos dispositivos para pegar hilos cortados, no me cuentes historias sin fundamento.  Porque si miro atrás, estoy perdida. Solo acompáñame, camina conmigo. Ofréceme un brazo en el que apoyarme o un trago de agua en el camino. Pero si miro atrás, estoy perdida. Y si para tí, enfrentarte a mi mortalidad es demasiado doloroso y no estás preparado o preparada para lidiar con los agujeros y enganchones en tu propia capa de inmortalidad, no pasa nada. Tú tienes menos papeletas para morir en breve, tú sigues viviendo en tu espejismo de inmortalidad. Disfruta de él igual que yo lo he disfrutado y deseo que todo el mundo lo disfrute. Eso no es obstáculo para acercarte a mí, para tenderme la mano.

Pero, por favor, te pido. No me hagas mirar atrás. Si miro atrás, estoy perdida.

7 comentarios:

  1. Si, es una putada. Es injusto. Tengo una hija un mes más pequeña que tú peque y sólo intentar hacerme una remota idea de lo que estás pasando, se me encoge el alma. Creo que eres una mujer admirable y te mando mi fuerza para que sigas luchando. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Tú lo has dicho: imposible imaginarlo. Así de claro. Te conocí en la tienda hace algo más de un año, y tu pequeño es de la edad de mi mayor, así que cada vez que te leo me da un escalofrío. A lo mejor tú lo haces para sacar tus demonios, pero quería darte las gracias por ponernos frente a lo que es una enfermedad así de grave (a nosotros, que ni siquiera sabemos lo que significa "estadio 4"), porque estamos demasiado acostumbrados a darle la espalda al sufrimiento, a disimularlo y a sorprendernos con la muerte, como si no formara parte de la vida misma. No puedo decirte nada más que lo que tú misma dices, que es una putada. Que ojalá estés aquí el mayor tiempo posible. Que tus palabras no caen en el vacío. Y que te seguiré leyendo, que es la manera que tengo (al fin y al cabo, soy una desconocida) de acompañarte...

    ResponderEliminar
  3. Pues no es por nada pero hoy si que te has salido con este post Eloísa.
    Un abrazo fuerte.

    ResponderEliminar
  4. Una putada...una putada como una casa...dejar aparcados sueños, el procastineo propio de nuestra especie y pensar en tus hijos sin mandarlo todo a la mierda porque estás viviendo como ya has dicho "de momentos"...no lo he vivido en mi piel, no soy yo la que tiene cáncer pero la vida a mi alrededor ha venido a decirme demasiadas veces que no tenemos que esperar casi nada porque no nos deja decir los te quiero a tiempo, han sido muertes dolorosísimas y también llenas de certezas, de mujeres hermosas y de niños de 12 años, no quiero que la muerte de nadie "me sirva" a mí, pero es cierto que a través de ella algunos tenemos claro cuán de fina es esa capa de inmortalidad, cómo de importante es pararse a pensar cada vez que algo nos desagrada hasta el enfado "¿esto es cáncer? ¿no? ¿me va a seguir preocupando en 20 días?" pues a otra cosa...Así que aquí estaremos para recoger tu cabreo, tu aceptación y si pudiéramos sujetar los hilos de esa madeja, descuida que lo haríamos...

    ResponderEliminar
  5. Desde bien lejos sufro contigo como si fueras de mi familia.Ten claro que nos teneis aqui para lo que necesiteis.Un besazo

    ResponderEliminar
  6. Muchísima fuerza ELO. Si eres grande por fuera hoy veo que lo eres aún más por dentro.

    ResponderEliminar
  7. No puedo más que mostrarte mi admiración por este texto tan desgarrador, tan sincero, tan auténtico, tan real y tan certero...
    Tus reflexiones me ayudan a reflexionar a mi sobre la vida, sobre la temida muerte que creemos que nunca llegará y llegará, vaya si llegará. Y tanta claridad en la manera de enfrentarte a ella, me llena de admiración.
    No te conozco, pero al leerte toda mi energía se vuelca en ti, en tus hijos. Ojalá te llegue al menos un poquito de ella.

    ResponderEliminar