Leía hace tiempo en un artículo sobre mujeres y su actitud frente al
cáncer que una de ellas afirmaba que, desde que le habían diagnosticado,
el miedo se había instalado en su vida.
Cuando
estamos sanos y nos sentimos jóvenes, siempre nos parece que "esto del
cáncer" les ocurre a otras personas. A personas mayores, que no se
cuidan, con malos hábitos, pero nunca a nosotros. Y, de repente, un día
te dan la noticia y tu mundo se hace añicos y no tienes ni idea de cómo
recoger todos esos cristales, y recomponer la ventana con la que miras
al mundo, sin morir de una hermorragia a base de pequeños cortes.
El
miedo está ahí. Está siempre presente. La incertidumbre hacia las
pruebas, los tratamientos, los efectos secundarios... Pero, en mi caso, y
os va a sonar raro, no tengo miedo a morirme. A ver, está claro que no
quiero morirme y que me gustaría no estar enferma. Pero la muerte es
algo que he aceptado hace tiempo. Ya no es algo extraño o lejano y en lo
que no quiero pensar. Es algo en lo que he pensado mucho, y,
extrañamente, precisamente eso me ha hecho asumirlo e incorporarlo en mi
vida... Con toda la normalidad posible. "Lo triste no es morir, lo
triste es la gente que no sabe vivir", decía Pablo Ráez.
Así
pues, miedo, sí. Vivo. Vivo e intento saborear cada día. Buscar el
meollo. Pero no vivo libre de miedo. No tener miedo a la muerte no
significa haber vencido al miedo. En mi caso, mis miedos son otros. Me
da miedo cómo mi enfermedad o mi ausencia pueda afectar a mis hijos.
Cuando
me diagnosticaron el cáncer y le dijeron a mi marido que la mediana de
esperanza de vida en mujeres en mi situación era de dos años y medio yo
solo podía pensar en que mi hijo pequeño acababa de cumplir dos años.
¡¡¡Dos años!!! Yo no tengo ningún recuerdo de cuándo tenía dos años y me
entristecía terriblemente la posibilidad de que mi hijo, de mayor, no
tuviera ningún recuerdo en su memoria de su madre, más allá de algún
sentimiento o de las imágenes que pudiera ver en las fotos.
Me
da miedo que mi hija, la mediana, crezca con miedo a la enfermedad,
desconfiando de su propio cuerpo a consecuencia de todo este proceso y
de mi previsible falta. Me aterra que sufra mi pérdida. Me entristece
imaginarla llorando por mí y echándome en falta en los momentos
importantes de su vida. Me enfada el hecho de convertirme en un icono
estático para ella y que no se pueda enfadar conmigo o echarme las cosa
que me tenga que echar en cara cuando sea mayor.
Sufro
pensando en que mi hijo mayor pueda sentirse responsable o culpable de
lo que me pasa. Creo que elegí un mal momento para leer "Un monstruo
viene a verme" porque no hacía más que pensar en él mientras lo leía y
en lo injusto que es que un niño tenga que pasar por la viviencia de
perder a su madre y encima tener sentimientos encontrados de
culpabilidad o alivio en torno a ello.
Pienso en Pablo.
Llegado el momento de mirar a la cara a la muerte, él eligió quedarse en
casa, rodeado de los suyos, en lugar de sufrir en una cama de hospital.
Recientemente, han aprobado una ley en la Comunidad de Madrid sobre
elecciones al final de la vida que permite, por ejemplo, elegir morir en
casa sin renunciar por ello a los cuidados paliativos y yo no hago más
que pensar que yo no tengo la elección tan clara. No sé si quiero pasar
los últimos días en casa y que mis hijos tengan ese recuerdo, o prefiero
pasarlos en un hospital donde tal vez la situación sea emocionalmente
más compartimentalizable. O quizás de igual, porque ellos van a sufrir
de todas maneras, sea donde sea.
Pero también me da
miedo que todos estos miedos me impidan ver claramente la realidad, que
sean un osbtáculo para ver lo que realmente importa, que es el día a
día, el ahora, el construir esos muros de recuerdos, esos pilares de
buenos momentos y de vivencias que sostengan los cimientos de su
integridad emocional y su resiliencia de cara a cualquier infortunio que
les pueda suceder en el futuro, relacionado conmigo o no.
Así
pues, esos son mis miedos. Sé que me tengo que marchar. No me da miedo
el camino. No me da miedo no haber VIVIDO puesto que estoy muy orgullosa
de todo lo recorrido hasta ahora. Pero esos son mis miedos, son reales,
están ahí y conocerlos y expresarlos me hace sentir más fuerte para
mantenerlos a raya.
Elo... desde que esta mierda pasó, no ha habido un día en el que no te tenga en mi mente. En el que no me aterre el "pito pito gorgorito" fatal que elije y nos determina el resto del camino. Me eres tan cercana... no puedo explicarte lo que ha significado y significa para mí tu enfermedad y cómo te has enfrentado a ella.
ResponderEliminarDe repente quiero hacer mil cosas y no hacer nada. Y saborear el tiempo como si no fuera a acabarse... y al mismo tiempo, de repente se me ha ido por completo la inocencia esa que nos hace vivir como si fuera a ser para siempre.
Me salen pocas palabras. Pero al menos me gustaría que sepas que te tengo presente y que contigo en mente, me propongo a diario vivir ofreciendo todo lo que tengo y lo que soy; llenar nuestra vida de recuerdos y de momentos... que al final es lo que queda.
Un abrazo inmenso.
Cartas para el futuro. Hace muchos años, cuando mi hermano y yo éramos muy pequeños, mis padres pasaron 2 meses de viaje y nos quedamos en casa de los abuelos. Mi abuela nos daba una carta cada semana que pasaba. Encabezada con la fecha correspondiente a cada viernes. Yo sabía que no era posible que vinieran por correo, pues no estaban franqueadas, pero me hacía una ilusión tremenda esperar cada semana a recibir la carta manuscrita de mi madre. Era mágico. La ilusión era tremenda. Y sólo eran palabras. Pero de su puño y letra, sobre papel cuadriculado, recortado del mismo cuaderno. Aún las guardo. Amarillentas ya. Porciones de recuerdos. De mensajes profundos. Ahora las releo y las comprendo. Salvando las distancias, por supuesto, y con todo mi respeto, harías las mejores cartas para el futuro que tus hijos pueden recibir.
ResponderEliminarMil besos Elo! Muaccccc
Solo espero que esos miedos no te atenacen para seguir tu ruta tal y como la llevas, tal y como seguira.
ResponderEliminarSolo te luedo decir que gracias a ti muchos hemos despertado del letargo de lo cotidiano y nos atrevemos a pensar y plantearnos el tema tabu de la muerte para cambiar a mejor lo que nos quede de vida a cada uno.Gracias